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domingo, 13 de septiembre de 2015

Así fue el «Blitz» de Hitler: quemado, roto, con 20.000 muertos, Londres aguanta




LUIS VENTOSOABC_CULTURA / CORRESPONSAL EN LONDRES
Día 13/09/2015 - 16.26h
Inglaterra conmemora con exposiciones y visitas guiadas el 75 aniversario de los ocho meses de bombardeos diarios que acreditaron el estoicismo

ABC
La Catedral de San Pablo rodeada por columnas de humo tras el bombardeo de la Luftwaffe
En septiembre de 1941, Eric Arthur Blair, un vecino de Londresde 38 años, de cara anodina y alargada, sombra de barba marcada y pelo tupido, pluriempleado en el Servicio Oriental de la BBC, observa como su ciudad arde bajo las bombas alemanas. Desencantado, anota la certera reflexión que le viene a la cabeza: «Según escribo estas líneas, seres humanos sumamente civilizados me sobrevuelan intentando matarme. No sienten ninguna enemistad personal hacia mí, ni yo hacia ellos. La mayoría, no me cabe duda, son hombres bondadosos, respetuosos con las leyes, que jamás soñarían con cometer un asesinato en su vida privada. Pero si uno de ellos consigue hacerme pedazos con una bomba bien lanzada no dormirá peor. Están al servicio de su país, que tiene plenos poderes para absolverlo de todo mal». Eric Blair firmaba en la prensa como George Orwell. Fue uno de los intelectuales más honestos del siglo XX. Algo más silencioso que las bombas, una tuberculosis, se lo llevó nueve años después.










El 7 de 
septiembre de 1940 Londres regaló la propina de un día extra de verano, una delicia en mangas de camisa. El país estaba en guerra con Alemania desde hacía un año. El 3 de septiembre de 1939, el pusilánime Neville Chamberlain había dado por fin el paso, «a pesar de mi larga lucha por ganar la paz».
En realidad los ingleses llevaban muchísimo tiempo esperando que el cielo estallase sobre sus cabezas. Ya en septiembre de 1938, con la crisis de Checoslovaquia, el Gobierno británico les había repartido 38 millones de máscaras antigás. Pero septiembre arrancaba sereno en Londres. La RAF había resistido la embestida alemana durante julio y agosto, en la llamada Batalla de Inglaterra. Aunque habían caído Noruega, Holanda y Bélgica, y pese a que Francia había firmado en junio su vergonzoso armisticio, los londinenses hacían su vida. El 60% de las madres y niños evacuados al comienzo de la guerra habían retornado a la capital. Nadie portaba su máscara de gas, que parecía un artículo histriónico. Los refugios anti-bombas estaban mohosos y sucios, en estado de semi abandono.
Primera escaramuza



El 24 de agosto, contraviniendo las órdenes de Hitler, la Luftwaffe dejó caer algunas bombas sobre Londres.Churchill, el nuevo primer ministro, esperaba la confrontación y no la rehuía. Nada más llegar al poder había advertido en uno de sus monumentales discursos que de la resistencia de Inglaterra dependía «la supervivencia de la civilización cristiana». Si ella caía, «el mundo, incluido Estados Unidos, naufragará en el abismo de una Edad Oscura». Así que al premier le faltó tiempo para responder al leve bombardeo de Hitler con otro inmediato sobre Berlín, también más retador que destructivo. La simbólica incursión de la RAF sobre la capital germana fue la espoleta para el comienzo dos semanas después del «Blitz», el bombardeo diario durante ocho meses sobre Inglaterra, con el que Hitler quiso rendir su voluntad y forzar su rendición. El nombre lo ideó la prensa inglesa y es undiminutivo de «Blitzkrieg», que en alemán significa «guerra relámpago». Murieron 43.000 civiles británicos, 20.000 en Londres. En total, en toda la guerra, perdieron la vida en las Islas 60.595 civiles. El «Blitz» fue su trago más amargo.

ABC
Aviones nazis se aproximan a Londres
Pocos londinenses más pata negra que Robert Barltrop, boxeador profesional, dibujante de viñetas cómicas, militante laborista, ensayista e historiador de fuste. Vecino del Noreste de Londres, llegó incluso a ejercer de asesor de la BBC sobre la jerga «cockney», el marcado acento suburbial del East End. Hace 75 años, aquel 7 de septiembre de 1940, tenía 18 años y trabajaba como mozo en una tienda Sainsbury’s de su barrio. Cuando a las 4.43 de la tarde sonaron las sirenas antiaéreas, Barltrop casi se alegró. Tenía asignada la tarea de vigía en el techo del edificio y en realidad al final nunca pasaba nada. Era la oportunidad de subir a echarse un cigarro, de ver pasear a la gente abajo en las calles, y más en esta espléndida tarde de sol tardío.
Pero el «Black Friday» estaba a punto de desatarse. «De repente, todo el horizonte sobre el Támesis se llenó de algo que a lo lejos parecía unenorme enjambre de moscas negras. A su paso dejaba columnas de humo. Entonces los vi ya viniendo de frente. Pasaron Dagenham, y Rainham, y Barkings… directos a Londres, a los docks [los enormes almacenes portuarios]. Empecé a sentir enormes explosiones, que eran las bombas cayendo. Inmensas nubes de humo negro, y luego, ya solo ese humo. Casi no podías ver otra cosa que el humo, y seguían viniendo…».
Dos bombardeos el primer día
El bombardeo continuó hasta las dos horas después, a las seis y media de la tarde. Aunque a las ocho habría un segundo ataque sobre los almacenes del East End. En aquella primera oleada de la Luftwaffe participaron más de 900 aviones, algo jamás visto en la historia del hombre: 348 bombarderos y 617 cazas Messerschmitt. Aquel díamurieron 400 londinenses y 1.600 resultaron malheridos. La jornada marcó la pauta de una rutina que a lo largo de ocho meses se repetiría durante 57 tardes en la capital: primero los aviones soltaban bombas incendiarias, luego, cuando comenzaban los grandes fuegos que servían para marcar los objetivos, llegaba la descarga de explosivos. El caos se desataba hasta el crepúsculo, cuando los aviones nazis retornaban por fin a sus bases continentales.

ABC
Cartel diseñado para elevar la moral de la población civil
En una sociedad todavía clasista y que en aquellos días lo era terriblemente, al evocar la épica de «Blitz Spirit» a los ingleses les gusta decir que la prueba bélica hizo aflorar el sentimiento de «todos somos iguales». Una nación «indomable», unida en su resolución de resistir y arengada por el verbo profético de Churchill: «Hitler ha encendido un fuego que arderá hasta que quememos los últimos vestigios de la tiranía nazi». Las bombas cambiaron para siempre el paisaje urbano de Londres y de otras grandes ciudades británicas (Conventry, sede de fábricas de munición, fue quemada con 500 toneladas de explosivos en noviembre).
Saint Paul, el Museo Británico...
Las bombas golpearon la catedral de San Pablo, que se salvó gracias al empeño especial de Churchill en protegerla con un dispositivo amplísimo de voluntarios y bomberos. La Luftwaffe destrozó la Cámara de los Comunes y sus señorías hubieron de mudarse a unas vecinas instalaciones de la Iglesia Anglicana. Alcanzaron elMuseo Británico, la Abadía de Westminster y el Palacio de St. James. Volaron el Café de París de Leicester Square, donde los noctámbulos seguían bailando y bebiendo, soñándose inmortales en la euforia de una fiesta nihilista bajo el Armagedón. Cuando le tocó el turno a Buckingham, la Reina Madre comenzó a labrar su leyenda, la que la metió de por vida en el corazón de los ingleses: «Ahora ya puedo por fin mirar a los ojos a la gente del East End», dijo en alusión a los barrios populares, los más machacados por las bombas. Todavía en marzo de este año apareció una de 500 kilos en el Sur de Londres. La hoy Reina Isabel y su hermana fueron de todas formas evacuadas al Castillo de Windsor.

El Támesis circundado de humo tras un bombardeo del Blitz
Pero la vida siguió adelante. «Cuando irrumpieron los alemanes y vi los docks ardiendo pensé que nadie podía contemplar esos enormes fuegos sin pensar que eran el fin de una época, que habría inmensos cambios en la sociedad -escribe Orwell-, pero ese sentimiento era equivocado. Para mi asombro las cosas han vuelto a la normalidad, gracias a la inmensa solidaridad de la gente corriente». Noches durmiendo en las estaciones de metro. Mañanas de recogida de escombros. Pero la vida sigue: hasta se publicaron catálogos de moda con modelos con máscara antigás.
Historia incompleta
Propagandistas superdotados de todo lo suyo, los británicos celebran estos días con exposiciones y tours guiados el 75 aniversario del comienzo del Blitz. Cierto que la historia que se cuenta está incompleta. En julio de 1943, la RAF, a las órdenes del mariscal Arthur Harris, dirigió la «Operación Gomorra» sobre Hamburgo. Cinco ataques de la RAF y la USAAF americana dejaron en un solo mes 34.000 muertos (14.000 más de los que provocaron en Londres ocho meses de Blitz). Luego, en el tardío febrero de 1945, vendría el salvaje ensañamiento con Dresde.
El Imperial War Museum de Londres ocupa un edificio que antaño fue el manicomio de Bethlem. Irónico. Pero poéticamente acertado: recorriéndolo se mastica la locura que es la guerra, sus destrozos en las vidas de las personas. Al hilo del «Blitz», el Imperial War acoge estos días una excelente exposición titulada «Una familia en tiempo de guerra». Es la historia de los Allpress, vecinos en el Sur de Londres de una casa con pequeño jardín trasero, con padre maquinista ferroviario y nueve hijos. En 1940, el Gobierno había distribuido entre la población con jardín o patio unos 2,3 millones de los llamados «Refugios Anderson», el nombre del secretario encargado de la protección aérea. Pensados para seis personas, eran de hierro, en forma de bóveda de cañón, y debían cubrirse con un manto de tierra. Se entregaban con unas precisas instrucciones de montaje a lo Ikea.

Interior de un refugio Anderson
En la exposición se ha reconstruido el refugio Anderson de los Allpress. Puedes entrar y sentarte bajo la luz de un candil en el banquillo de madera en ese angosto espacio, de 2 metros de largo y 1,8 de alto. Una megafonía reproduce el estruendo que levantaban las bombas. Sentado allí, experimentas la angustia claustrofóbica de los vecinos. Todo esto ocurría en Europa hace 75 años. Viven miles de personas que lo recuerdan perfectamente. Seres humanos de dos naciones «sumamente civilizadas», que se dedicaban a matarse muy organizadamente.
Los londinenses solían sembrar hortalizas sobre la cubierta de sus refugios Anderson. Los Allpress, abonados a la esperanza, plantaron flores.