Diario de viaje / España
Pontevedra y Orense, eslabones de un fantástico itinerario por esta región de España. Las rías, el legado celta y la gastronomía.
Santiago de Compostela,La Coruña ,
Pontevedra y Orense, eslabones de un fantástico itinerario por esta región de
España. Las rías, el legado celta y la gastronomía.
Santiago de Compostela,
Cristian
Sirouyan
Sin
respiro, el mar y el viento, con la complicidad del tiempo y su frenético paso,
moldearon el borde escarpado del noroeste de España y dejaron al desnudo una
larga tradición de creencias, preciada herencia de los tiempos paganos. Hace
más de dos milenios, cuando los romanos se vieron obligados a detener su
impulso expansionista al borde del abismo –recortado al pie de un peñasco de la
costa de Galicia –, descubrieron el fin del mundo conocido hasta entonces y las
fauces del mar Tenebrosum, tan indomable que hasta –advirtieron temerosos– se
atrevía a devorar el sol al final de cada jornada.
El
encuentro cara a cara dio pie a las más insólitas conjeturas sobre “el más
allá”. Pero un cúmulo de supersticiones y leyendas ya se había instalado para
siempre desde el siglo VIII antes de Cristo. La cultura celta había
desparramado sobre la tierra gallega su amplio repertorio de ceremoniales
basados en la naturaleza. Rendía culto a los árboles y los animales, a las
aguas y las almas errantes. Hoy en día, en La Coruña , Lugo, Orense y Pontevedra –las cuatro
provincias gallegas– la tríada “brujería, magia y fetichería” representa
bastante más que la fuente de inspiración de una serie de amuletos, simpáticos
suvenires para ayudar a torcer la suerte esquiva. Es una pieza esencial de la
identidad gallega, el valioso bagaje cultural en el que también tiene cabida el
fuerte arraigo de la tradición cristiana, armoniosamente fusionada con el culto
al fuego y los baños de mar para conjurar los malos espíritus. Tampoco queda al
margen el saludable apego por las celebraciones, sabiamente matizadas con vino,
aguardiente, pulpo, mariscos y la estridente melodía de la gaita.
Ciudad de
cristal
El apego
a los frutos de la naturaleza, que en los alrededores de la pétrea plaza María
Pita parece haber sido definitivamente desplazado a las tierras prósperas del
interior, vuelve a evidenciarse en cada uno de los bares y restaurantes del
centro. Aun en los reductos más modernos que conducen afamados chefs, las
fuentes de los camareros desbordan de patatas (papas) hervidas, verduras,
pescados aderezados con salsa ajada (ajo y pimentón), tortillas, empanadas de
zamburiña (una pequeña variedad de vieiras), mejillones, pulpos y quesos de
tetilla .
Bajo la
sombra que dispensa la fachada gótica de la iglesia de Santiago Apóstol, la más
antigua de La Coruña
(construida en el siglo XII), estiran las piernas los primeros peregrinos del
Camino Inglés, uno de los seis itinerarios principales que conforman el Camino
de Santiago. Recobran fuerzas delante de la entrada, sin siquiera echar un
vistazo al principal objetivo de las cámaras que portan los turistas: una escultura
de Santiago Matamoros montado sobre su caballo blanco. Antes de retomar su
marcha en dirección a Santiago de Compostela, los grupos de caminantes terminan
de recobrar el mejor semblante en los cafés al aire libre que encienden la
movida nocturna de la Plaza
de Azcárraga.
Los
pasillos del casco histórico se extravían en un laberinto despojado de
horizonte, hasta que el florido Jardín de San Carlos dispensa una inesperada
panorámica del puerto, la Torre
de Hércules, los restos de la muralla de la ciudad y el Castillo de San Antón,
reliquia del siglo XVI. Desde la sesgada perspectiva del bus que transita el
Paseo Marítimo, la vista incorpora los trazos sinuosos de las Rías Altas y el
mar. Es apenas un anticipo del cuadro más completo, que espera para ser admirado
por un largo rato. Una calle adoquinada asciende 300 metros hasta la base
de la Torre de
Hércules. Desde ahí, la subida hasta el mirador del faro demanda superar 234
escalones, el último desafío para acceder a la postal más acabada de La Coruña y sus dominios
marítimos y terrestres. El sol en retirada arrastra las últimas luces del día y
toman la posta los primeros fogonazos del faro romano, que iluminan los cuerpos
que bajan por el callejón oscurecido como siluetas fantasmagóricas.
El perfil
urbano de Galicia se desploma a la mañana siguiente. A los costados de la
autopista AP-9 relucen los contornos de montañas, bosques y el ovillo de aguas
transparentes que dibujan las rías de Cedeira, Ares y Hortiguera, parte de los
tentáculos del mar Cantábrico que perforan el continente. Desde Navón, la ruta
se reduce a una mínima expresión para avanzar entre pequeñas aldeas, iglesias
sostenidas por granito y pizarra, bosques de eucaliptos, robles y pinos y
parcelas cultivadas con hortalizas.
La
vegetación y sus perfumes penetrantes dominan la escena en la Sierra da Capelado, el
próspero territorio, librado a los frondosos dictados de la mitología, que
comparten bandadas de pájaros, vacas rubia gallega y caballos salvajes. La
conjunción de naturaleza y superchería celta alcanza a San Andrés de Teixido,
aunque en este pueblo el protagonismo pasa a manos del mar Cantábrico y sus
feroces embates.
Un
fornido halcón peregrino planea sobre los forasteros y aterriza sobre una cruz,
al mismo tiempo que una gaviota apoya delicadamente sus patas amarillas en una
piedra puntiaguda, marca visible de la época pagana. Empujada por la
curiosidad, la pareja de aves otea el panorama desde los dos extremos de un
hórreo , vestigio de los antiguos graneros en los que era secado el maíz. Estos
silos familiares, construidos con piedra de granito y techados con tejas a dos
aguas, se apoyan en pilotes que evitan el acecho de los roedores y la humedad.
Se los ve íntegros, levantados en los más insólitos rincones de Galicia, de
todas las formas y medidas, según las posibilidades de cada productor rural.
Los
artesanos de San Andrés de Teixido son una fuente de primera mano para poder
familiarizarse con las propiedades de los santeiros y la herba de ‘namorar
desprendidos de la cultura celta. Todos los puestos de la única calle del
pueblo están convenientemente dotados para ayudar a los vendedores y proteger a
sus clientes. Exhiben y ofrecen ramilletes de teixo –las plantas predilectas de
los sabios druidas que garantizaban estar a salvo de las tormentas–,
sanandresiños –figuras creadas con migas de pan sin fermentar, horneadas y
pintadas a mano–, barquitas –para no fallar en los negocios– y figas , una
garantía contra el mal de ojo . De la parafernalia de objetos colgados asoman
ocho piezas de miga, sostenidas por la mano derecha de Carmen Carrodeguas.
“Cada uno de estos amuletos tiene su significado. Los hacían nuestras abuelas y
madres para la suerte. Hombre, tienes que creer”, recomienda con tierna
candidez la mujer.
Las
impresiones del paseo por este bastión profundamente celta –que, sin embargo,
no se despoja de su esencia gallega– se desgranan con frases cortas y tragos
largos en Taberna Hermanos, estimuladas por una copa de vino blanco Cosechero y
una fuente de percebe. “Metes la uña para quitar la cáscara de un lado y del
otro muerdes la carne del marisco. Mejor comer sin la piel, que es muy amarga”,
instruye justo antes del papelón la guía Nuria Pahino Dasilva.
Contratiempo
en la ruta
La niebla
se empecina en ocultarlo todo en el camino de regreso. Por fortuna, los duendes
de San Andrés de Teixido todavía no nos abandonan y contribuyen para que el
conductor clave a fondo los frenos a un par de metros de las frágiles patas de
un potrillo, que no tuvo idea más arriesgada que elegir el medio del pavimento
para pastar. El norte de Galicia vuelve a llenarse con los poderosos fulgores
del sol unos 5 km
más arriba, donde una brisa calurosa es suficiente para agitar las aspas de una
veintena de molinos de viento. Debajo de la Garita de Herbeira, a 615 metros de altura, el
mar ruge y los límites precisos del Geoparque Cedeira resguardan los
acantilados más elevados de Europa.
En el
restaurante O Camiño do Inglés, en Ferrol, el inquebrantable vínculo que los
gallegos mantienen con el mar y la costa escarpada es el tema que se abre paso
para sepultar la previsible charla con el chef sobre los sabores más
representativos de la región. Daniel López había revelado algunos secretos del
kebab de pulpo, el lomo de ternera asado y la entraña con porotos. Pero otro
era el punto al que quería llegar, para explicar mejor su lugar de origen a los
interlocutores arribados de Buenos Aires, la lejana “quinta provincia” que los
gallegos llevan en el recuerdo y el corazón. “Las rías gallegas son los dedos
de las manos de Dios”, dispara sin vueltas. La metáfora ganó popularidad en los
años 80 a
través del tema “Minha terra galega”, que cantaba el grupo punk Siniestro
Total.
Un rato
después, el renombrado cocinero sorprenderá con otra sentencia: “Aquí es donde
menos gallego se habla de toda Galicia, por tratarse de un puerto y base de
regimientos militares. Llegaban todo el tiempo, desde todo el país”. La guía
turística Loly Núñez admite añorar esos tiempos idos, signados por multitudes
de gente uniformada que se volcaba a las calles de Ferrol. “Había casi un bar
por persona, por lo cual el lugar se conocía como El Ferrol del Bocadillo”.
Núñez muta su voz sonora en un susurro, para subrayar que en esta ciudad nació
Francisco Franco y comentar que “cada 20 de noviembre, cuando es el aniversario
de su muerte, se juntan no más de treinta militares ancianos para rendirle
homenaje y unos 2 mil vecinos para arrojar tomates y huevos a su casa”. Cuando
la mano dura del generalísimo condenó a España a atravesar un sombrío período
de cuatro décadas, su pueblo natal era conocido con el pretencioso nombre “El
Ferrol del Caudillo”. Notoriamente menos conocidos son los primeros pasos de
Pablo Iglesias Posse, algo así como la contracara perfecta de Franco, nacido en
Ferrol en 1850 y fundador del Partido Socialista Obrero Español.
A mitad
de trayecto de Ferrol a La
Coruña , Betanzos no dejó de crecer desde el siglo XV, cuando
el rey Alfonso VIII de Castilla declaró oficialmente su categoría de “villa” y
empezaron a proliferar las iglesias. Pero, además, el desarrollo de la ciudad
recibiría un impulso aún más potente con el regreso a su tierra natal de Juan
María y Jesús Naveira García. Llegaban de la Argentina , adonde habían
ido a buscar un horizonte más venturoso a fines del siglo XIX. La audaz apuesta
les salió bien: se enriquecieron considerablemente y decidieron transformarse
en benefactores de Betanzos. No hay un solo vecino de la ciudad que no sepa
recitar de corrido la obra pública dejada por los hermanos, hoy homenajeados
con un monumento en la plaza principal: “Construyeron el Lavadero Público
Gratuito, la escuela Naveira, templos religiosos y el Jardín del Pasatiempo”.
De todas
maneras, mucho más que el legado de los venerados hermanos trascendió los
límites de Betanzos la fama de las mejores tortillas de Galicia. “Se preparan
con patatas, aceite, huevo y cebolla”, explica con la voz innecesariamente
elevada Plácida Liñeiro Isúa, sentada en un banco al sol, mientras teje una
manta “para el canasto de pan”. La mujer aprovecha la irrupción de los
visitantes en su tediosa rutina para declamar –también a grito pelado– que pasó
toda su vida en Betanzos y señalar la iglesia Santa María del Azogue, la
referencia que completa los hitos más salientes de su vida: “Ahí me casé hace
52 años. Y aquí me ve, siempre junto a mi esposo, José Núñez Quintaz”.
Para el
cronista, el encuentro casual con Plácida refuerza la sensación de cercanía que
Galicia venía transmitiendo desde el primer momento, una tierna familiaridad
que el pueblo gallego deja fluir sin retaceos. Se toma su tiempo, el lapso
necesario para desbaratar la desconfianza y cierta timidez que, sólo al
principio, llaman a engaño. Nuevos cruces, de esos que reconfortan el espíritu
y estimulan a seguir descubriendo esta tierra tajeada por las rías, se irán
encadenando en el camino de 100 kilómetros desde La Coruña hasta Fisterra
(Finisterra) por la autovía AG-55 y la ruta 552.
En
Vimianzo, los trovadores Martín y Pedro Eans Mariño de Lobeira y las familias
nobles Moscoso y Fonseca hicieron frente a las Revueltas Irmandinhas del siglo
XV desde un soberbio castillo de dos plantas con salones, puentes, torres,
escalinatas, terrazas y patio. Dicen aquí que los ecos de esa época
convulsionada todavía resuenan por las noches, cuando un silencio profundo se
apodera de Vimianzo. De día, en cambio, en el castillo apenas se escuchan los
sonidos tenues de los artesanos, dedicados a crear a la vista del público
pequeñas réplicas de gamelas (botes de pesca típicos de la Costa da Morte, en madera y
palillo), dornas (embarcaciones de pesca con vela y timón), portuguesas (barcos
más arqueados, con vela), platería, albardería (morrales de montura), prendas
de lino tejidas en telares artesanales, zuecos de madera, cestos de mimbre,
sombreros y las preciadas piezas de Camariño, “la capital del encaje”. “¿De
dónde sos? ¿pero de qué ciudad de Argentina? Hombre, ¿de qué barrio?”, indaga
una aporteñada tejedora gallega, que vivió 35 años en Buenos Aires –algo así como
la patria gallega de ultramar– y volvió a su tierra hace más de dos décadas.
Al sur
del cabo Vilán –donde las fuertes tempestades del Atlántico sacuden el primer
faro eléctrico de España, de 1876–, el océano y los vientos tallaron el enorme
cuerpo de la “pedra de abalar” de Muxía. Hombres y mujeres de todas las edades
se precipitan hacia la orilla empapada por las olas para hacer equilibrio sobre
la roca más renombrada. Cierran los ojos, hacen promesas y se encomiendan a la Virgen de la Barca. La mayoría es
parte de las familias de pescadores de la zona. En unos minutos, en la Lonja de Finisterra, se verá
que el pedido a la patrona ya fue escuchado: al subastador le espera la ardua
tarea de cotizar el producto de una madrugada más que exitosa. Los barcos de
bajura acaban de acercar a puerto toneladas de sargo, bruja, rape, congrio y
merluza.
El camino
costero que conecta el pueblo con el cabo de Fisterra es una compacta caravana
de autos, rozados por una romería de almas gemelas. En bicicleta, al trotecito
o a paso lento, los peregrinos del Camino de Santiago, que ya alcanzaron la
meta en Santiago de Compostela y reservaron fuerzas para andar otros 150 kilómetros hasta
este confín, padecen cada pendiente sobre el borde del acantilado. Pero este
paisaje incomparable –que hace 2 mil años dejó perplejos a los romanos– es un
imán difícil de evitar. Eligen Finisterra como un lugar de reflexión e
inspiración, un ejercicio espiritual que procuran observando el océano durante
horas desde la base del faro. Incineran sus calzados cerca de los arrecifes de
la orilla y se despojan de sus ropas, que quedan colgadas de una antena, como
testimonio del objetivo cumplido. La música de fondo de José Torres, un gaitero
de Pontevedra, contribuye a la atmósfera de hondo misticismo.
Una
multitud en Santiago
Los
presencia de los peregrinos es más visible en el casco histórico de Santiago de
Compostela, al que acceden por la
Rúa dos Concheiros. Aunque recorrer la distancia desde la
muralla de la ciudad hasta la
Catedral es un simple trámite, no faltan en las antiguas
callejuelas de piedra las flechas que señalan el rumbo correcto ni las figuras
de la vieira, la concha marina que protege a los caminantes desde los tiempos
de la Inquisición.
Por la Plaza
de la Azabachería ,
un grupo de músicos ambulantes atraviesa el Arco de Gelmires para anunciar la
inminencia del inicio de la Misa
del Peregrino, que arranca a las 12 en punto. Con una multitud apretujada en la
nave principal, los pasillos, las escalinatas y la entrada, asistimos al ritual
más esperado por los fieles congregados en el templo mayor de Santiago. En
medio de la ceremonia, ocho jóvenes tiran de largas sogas colgadas del techo
que agitan el botafumeiro . De a poco, una nube de incienso se expande por el
interior de la Catedral.
El paseo
por las calles angostas del casco histórico demanda continuas escalas, forzadas
por las mesas al aire libre de los bares, los grupos de estudiantes
universitarios llegados de toda España y la interminable cola de los esforzados
protagonistas del Camino de Santiago, que –exhaustos después de completar más
de 800 kilómetros– desesperan por ingresar a la Oficina del Peregrino para
recibir su certificado.
La
contagiosa vitalidad de esos jóvenes aventureros se replica en el aire
optimista que transmiten las paisanas , 70 campesinas agroganaderas del
interior de la comarca de Santiago que ofrecen el muestrario completo de sus
productos frescos en el Mercado de Abastos Municipal. “En esta época vienen
muchas pimenteiras de Hervón, 20
km al sur de Santiago. Ofrecen sus pimientos,
hortalizas, huevos y frutas”, explica Pablo Rodríguez, vocero de los 140
comerciantes asociados de este centro comercial, sencillo y auténtico,
inaugurado en 1873.
El Miño,
encendido por el sol
A 111 km al sudeste de
Santiago por las vías rápidas AP-53 y AG-53, el sol desata un festival de
brillos sobre el plano turquesa del río Miño y devuelve al majestuoso puente
romano de siete arcos parte de su antiguo esplendor. Desde la orilla se
aprecian las columnas de vapor de las burgas de Orense, las tres fuentes de
aguas termales de la ciudad, veneradas y, de paso, aprovechadas por los
súbditos de Roma en el siglo XII. En una piscina pública habilitada en pleno
centro, una treintena de gallegos y turistas de cuerpos poco agraciados
disfruta de las caricias del agua tibia y transparente, bajo el sol impiadoso,
cada vez menos amigable.
Por la
calle Rúa da Arreira, el casco histórico luce decorado con los colores vivos de
la Feria Medieval
de los domingos. El arte sublime de los maestros alfareros se hace acreedor de
las mayores miradas, hasta que la atención vira hacia los pasacalles , grupos
de músicos de a pie que interpretan melodías medievales con gaitas, panderetas
y flautas. Alrededor de la fuente de la Plaza do Ferro, seis actores gallegos y
portugueses de la compañía Asociación de Teatro y Otras Artes invitan a
sentarse en una silla y recitan un poema a cada privilegiado que acepta el convite
gratuito. Con un aire seductor debidamente ensayado, la morocha Liliana Silva
(nacida en Porto) me endulza el oído declarándome “Tú eres como Dios: principio
y fin”. Es parte de una poesía escrita por su compatriota Florbela Espanca.
Me llevo
de Orense la agradable sensación de esa puesta en escena personalizada y una
bolsa repleta del mejor pan de Galicia. “Vaya con Dios. Yo tengo una gran
estima por su país porque la quería mucho a la Evita. Muchos
obreros de Galicia llevaban su foto encima como si fuera la de su propia
madre”, pretende despedirme la panadera Pilar y consigue el efecto contrario.
Otra vez seducido por los arrestos de la Galicia más entrañable, retrocedo para
enfrascarme en una edificante charla, casi un monólogo que anima esta mujer
vivaz, de 80 años muy bien llevados.
El
viboreante Miño señala ahora el rumbo desde Orense hasta Vigo por las Rías
Baixas. Sobre el horizonte montañoso de campiña se suceden los viñedos de la
cuenca Ribeira Sacra. En las cercanías del pueblo Ribadavia, la bodega Viña
Costera ostenta el orgullo de portar la denominación de origen Ribeiro, una
marca de distinción para destacar las virtudes del primer vino que llegó a
América. El establecimiento Viña Costeira se sostiene con la producción de 600
socios, que aportan la uva cosechada a una cooperativa. De la vendimia manual
se obtiene un exquisto jerez, un vino espumoso, el vino dulce Tostado de
Costeira y los inigualables blancos Colección Costeira y Viña Costeira,
afamados emblemas de la mayor de las setenta bodegas de la Ribeira Sacra.
Las
alamedas y los rosales de las huertas que pertenecían a los curas inquisidores
dominicos colorean el frente de la Casa Consistorial y las ruinas de la iglesia de
Santo Domingo, para delinear un rostro amable a los turistas y peregrinos que
llegan a Pontevedra, notificados del ambiente festivo que se respira en los
barcitos al aire libre de la
Plaza do Teucro, a la sombra de los naranjos. Por un momento,
a través de la desangelada fachada de un Burger King levantada al lado del
monumento a Alexandre Bóveda –uno de los fundadores del Partido Galleguista, a
principios del siglo XX–, la
Galicia moderna amaga con desplazar los sólidos estandartes
de su pasado. Pero, un puñado de pasos más allá, reafirman el peso latente de
la historia la Iglesia
de la Peregrina ,
el crucero gótico de la plazoleta Cinco Calles y la Universidad de Bellas
Artes. La Galicia
orgullosa por su pasado y sus tradiciones, vibrante y acogedora, que atraviesa
las épocas, se mantiene a salvo.