El muro frente a México y el
retiro del Asia Pacífico son las movidas de mayor gravedad geopolítica que
adoptó el nuevo presidente de EE.UU. China queda como la ganadora, por ahora.
Marcelo Cantelmi
México
Las bromas que circulan
sobre Donald Trump son en general malas. La peor de ellas sostiene que el
flamante presidente de EE.UU. es, en verdad, un agente encubierto chino.
Beijing lo habría implantando allí como una célula dormida para alcanzar su
actual posición y desde ella acelerar y consolidar el dominio comercial global
de la potencia asiática. El truco era camuflar la maniobra con un abrazo
insistente con el autócrata ruso Vladimir Putin.
Las bromas están construidas
con medias verdades. No es esta una excepción. Los chinos aciertan si aprecian
el espacio que repentinamente les ha cedido el insólito mandamás republicano al
desmontar el acuerdo de libre comercio del Asia-Pacífico que había enarbolado
su predecesor Barack Obama. Ese retiro le da al Imperio del Centro la chance de
afianzarse como el referente central de los acuerdos económicos en esa región
que explica 50% del comercio mundial. Un par de datos adicionales ayudan a
comprender la importancia de este giro. El Acuerdo Transpacífico o TPP por sus
siglas en inglés, que impulsaba Obama, contenía en una docena de países
signatarios alrededor del 40% de la economía mundial. Es un poder suficiente
para limitar la expansión de Beijing, ya hoy la primera potencia comercial
global.
La versión china del mismo
proyecto de mercado libre, la Asociación Económica Integral Regional o RCEP es
menos ambiciosa, pero acumulaba 30% de la misma torta. Con Trump esos números
se han vuelto relativos. Sin el otro jugador o alternativas, países como
Australia que defendían el proyecto norteamericano, o Singapur, Malasia y Filipinas
están virando hacia la propuesta de Beijing lo que aumentará la cota de
importancia económica, y por lo tanto política, de esa iniciativa. En otras
palabras, habilitará a China para fijar las reglas del comercio, justamente lo
que Obama estaba empeñado en impedir.
El gobierno australiano ha
comentado que negocia ese cambio de rumbo con Japón, el gran defensor del TPP y
principal aliado regional de EE.UU. y también con Vietnam, que recompuso así,
por necesidad, sus relaciones tirantes con el régimen chino. “No tenemos la
alternativa que tiene EE.UU., que es suficientemente grande para vivir por sí
mismo; nosotros necesitamos comerciar”, advirtió el premier neozelandés Bill
English, otro de los afiliados al difunto proyecto de Obama.
Donald Trump, los muros y el
regreso del gran garrote
El presidente de Estados
Unidos, Donald Trump, durante su visita como candidato presidencial a México el
31 de agosto de 2016, en una reunión con su homólogo mexicano, Enrique Peña
Nieto, en la residencia presidencial de Los Pinos. Las relaciones entre México
y EE.UU. llegaron a un punto de tensión inédito en muchos años, después de que
Peña Nieto cancelara hoy su viaje de la próxima semana a Washington para
reunirse con Trump por los planes de su homólogo estadounidense contra el país
latinoamericano. EFE/Jorge Núñez
La desolación japonesa por
esta decisión de Trump llevó al premier Shinzo Abe a sostener que sin EE.UU. el
TPP no tiene sentido, una frase de puro realismo que confirma la tendencia de
las únicas alianzas posibles. El extremo de la pirámide vino por el lado de la
mayor economía europea. Sigmar Gabriel, ex vice jefe de gobierno de Alemania y
ahora ministro de Relaciones Exteriores, reaccionó a la ordalía proteccionista
del expansivo Trump sosteniendo que Europa tiene que definir sus propios
intereses, sugiriendo que se volcarán hacia China y toda Asia si Washington
profundiza una guerra comercial.
Esa posibilidad es
consistente. Trump se está ejercitando con el débil México y revolea el famoso
muro como un remedo del viejo gran garrote del intervencionista presidente
Teddy Roosevelt para enfrentarse luego a la muralla china. Ese choque
sobrevendrá. Lo que sin embargo no es claro es si esta reconfiguración
planetaria tiene reversa. Otra reflexión más profunda interroga si lo que vemos
no es indicador de un cambio radical de ciclo de poder. El nuevo gran garrote
confronta así un límite que se plantea en términos históricos. Trump puede ser
menos Claudio que Calígula para su imperio.
Lo señalado por el alemán
Gabriel está en el registro del entusiasmo que generó el presidente chino Xi
Jinping en Davos donde dijo lo que el gran capital quería oír. Defendió la
globalización y la promoción de “la liberalización del comercio y la inversión
diciendo no al proteccionismo. Nadie gana en una guerra comercial”. Ese cambio
notable de roles lo profundizó esta semana el vocero de la cancillería de
Beijing, Hua Chunying, al reiterar que su país ”apoya acuerdos comerciales
abiertos, transparentes y recíprocamente ventajosos”.
Si el gigante asiático juega
en las ligas liberales, también arriesga su identidad política pero eso quizá
sea congruente con su propio desarrollo. Es otro mundo. ¿Lo entenderá Trump? No
parece. El magnate amenaza con aranceles de 45 % a las importaciones desde el
gigante asiático. No advierte una dificultad. China recibe un quinto de las
exportaciones agrícolas norteamericanas: el EE.UU. profundo. Y es uno de sus
mayores proveedores de sus insumos. Los aranceles los terminarán pagando los
votantes del mandatario.
Una regla clave de cualquier
negociación es no ceder algo por nada pero eso es lo que ha hecho Trump. El responsable
del Consejo de Relaciones Internacionales Richard Haas le reprochó haberle
“dado a China una enorme herramienta de presión”. Esa es la mirada del poder
real y el contexto mundial donde se esta estableciendo la furiosa ofensiva de
la nueva Casa Blanca sobre México. Esos dos países intercambian US$ 530 mil
millones anuales. Poco menos de la mitad es lo que EE.UU. le vende al país
latinoamericano, 230 mil millones. No es difícil imaginar lo que estarán
deliberando en estas horas los dueños privados de ese comercio que puede
dañarse si el magnate insiste con su fanatismo proteccionista.
Trump ha diluido las
protestas internas previsibles con una baja extraordinaria de los impuestos, al
costo de su frente fiscal. Pero todo el armado es inconsistente incluso desde
sus propios ministros del Tesoro, Energía o Comercio. Todos provienen del riñón
de Wall Street y de una estructura empresaria que ha puesto en marcha una
economía horizontal y vertical en plena era tecnológica para producir alrededor
del mundo, con subsidiarias, abaratando costos y garantizando una mayor tasa de
ganancias. La ofensiva de Trump no tiene retribución ni sentido pero sí costos.
En nuestra región los socios de México en la Alianza del Pacifico, Chile, Perú
y Colombia, también calientan el teléfono con China. Dos de ellos, Lima y el
DF, eran socios del TPP.
Este descalabro, que apenas
se está insinuando, es lo que llevó a The New York Times a definir como “época
oscura” la que acaba de inaugurar Trump. En esa visión no solo hay una ininteligible
cesión de poder. También se arrasa con la épica libertaria y cosmopolita que es
parte de la imagen que se brindan a sí mismos los EE,UU. La respuesta a esas
aprensiones vino de uno de los asesores principales de Trump, el xenófobo Steve
Bannon, quien acaba de vomitar sobre toda la prensa norteamericana afirmando
que se “trata de un partido político y que debería callarse”. Se entiende. Con
mayoría en ambas Cámaras, el periodismo es el único poder que la nueva
gobernanza autoritaria de la Casa Blanca no puede controlar. De eso los
latinoamericanos sabemos bien de qué se trata y cómo termina.w Copyright
Clarín, 2017.