Orlando Borrego Díaz, alias vinagreta |
DE
JULIO 2014 - 00:01
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OPINIÓN DEL BLOGProntuario de un criminal que ahora cobra nuevos aires, al parecer por su "asesoramiento" económico al régimen de facto que impera en Venezuela. Luego de la muerte del Che, su amigo personal, se limitó a mantener el pico cerrado sobre la tramoya ideada por Fidel para hacer desaparecer al líder argentino y se convirtió en arrastrado lacayo del castrismo.
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Ernesto Guevara de la Serna , el Che, llegó a la
teoría económica después de haber cometido todos los errores posibles e
imaginables como presidente del Banco Central de Cuba, como jefe del
Departamento de Industrialización, de haber estado al frente del Ministerio de
Industrias, y de haber fracasado estruendosamente en su campaña guerrillera en
África, de donde escapó de milagro. Refugiado en Praga y alejado de Fidel
Castro, ya habían aparecido las diferencias ideológicas, se dedicó a estudiar
el Manual de economía política de la Academia de Ciencias
Unión Soviética, que hasta entonces no había figurado entre sus lecturas.
Como resultado de ese encierro de más
de seis meses en una casa de seguridad del servicio secreto cubano, Guevara
escribió unos apuntes que se han conocido como los “Cuadernos de Praga”, que
hasta ahora no se han publicado en su totalidad. Se conocen algunos pasajes, pero
no se sabe en qué grado han sido intervenidos, falseados, doctorados y
distorsionados. El receptor de esas notas fue Orlando Borrego Díaz, un
contabilista, que desde los tiempos de la lucha contra Fulgencio Baptista había
estado al lado del Che como tesorero de la columna, y al que la revolución
prefería más como mecanógrafo que como artillero, pero sobre todo como jefe de
los tribunales de fusilamiento, por su severidad y dogmatismo.
Enviado muy temprano a cursos de
adoctrinamiento en la
Unión Soviética se ganó el sobrenombre de “Vinagreta” porque
cuando al obsequiarle al Che un portafolio que le habían dado en Moscú, Guevara
le dijo que si en Moscú había aprendido a adular como los rusos y, como
respuesta, Borrego, diplomáticamente, le quitó el regalo de debajo del brazo y
se retiró de la oficina. Cuando traspasaba la puerta, escuchó: “Hasta pronto,
Vinagreta”.
Si no aprendió a adular, si quedó
marcado ideológicamente por el modelo estalinista del marxismo. Al recibir en
1966 las notas con las críticas de Guevara al modelo económico que se había
instaurado con el nombre de socialismo en Rusia, prefirió esconderlas. Después
de la implosión del socialismo real, la caída del Muro de Berlín y de haberse
implantado en la Rusia
un Estado manejado por las mafias sobrevivientes del régimen ideado por Stalin,
Borrego Díaz se atrevió a revelar que desde la década de los años sesenta
Guevara había pronosticado el derrumbe del campo socialista, como ocurrió a
principios de los años noventa del siglo pasado.
Todavía Borrego no se ha atrevido, o no
ha sido autorizado por los cancerberos del modelo estalinista de socialismo, a
publicar los apuntes del Che, y como quien administra la última coca-cola en el
desierto suministra y cobra caro cada gota, cada palabra que suelta.
Borrego ha sido un corcho. Si antes se
mantuvo dentro de la élite cubana debido a su propia ceguera y a la severidad
con la que cumplía sus funciones, especialmente administrativas, fue muy
riguroso en la gestión del sencillito que le tocó manejar, a partir de 1970,
cuando con peculiar candidez se atrevió a adelantarle a Fidel Castro que la
campaña por las 10 millones de toneladas de azúcar sería un fracaso, que Cuba
no contaba con la fuerza ni con la técnica, y que con la cantidad de caña que
se había sembrado y se había cosechado ni moliendo la tierra se obtendrían las
toneladas de azúcar que se tenían como meta. El regaño le valió la destitución
como viceministro del Azúcar, pero no le quebró su fidelidad perruna al régimen
castrista. En sus cálculos de contabilista tenía muy claro que recoger las 8
millones de toneladas, que finalmente fue la cosecha, fundió la economía de la
isla. Costaron tanto como si hubiesen sido 20 millones. Ni vendiéndola 50 veces
por encima de los precios del mercado podrían recuperar lo derrochado en ese
capricho de Fidel Castro, un adjetivo que casi lleva al paredón a Juan Almeida.
Borrego se quedó, y como miembro de la
élite gobernante, estudió, a ratos, Economía en la Universidad de La Habana. Ningún
profesor se atrevió a cuestionar que no hubiese terminado el bachillerato ni a
ponerle una nota por debajo de los niveles de excelencia. En los ochenta, fue a
Moscú a cursar un posgrado en Economía, logro académico que ha sabido ostentar,
pero poco lo ayudó a pensar. Aunque el régimen estaba en sus postrimerías y
conocía de los pronósticos económicos que había hecho el Che en Praga, no se conoce
ningún alerta, ningún documento que permitiera reconocerlo ahora como el hombre
más adecuado para manejar crisis económicas derivadas de aplicar el sistema
centralista de la economía soviética, que fue precisamente la “tarea” que hizo
azarosamente Jorge Giordani en Venezuela en los últimos 15 años.
Borrego ha vivido y viajado sacándole
provecho a su amistad con el Che, pero no reivindicando su pensamiento ni sus
críticas, sino construyendo un personaje adaptado a sus propios intereses
ideológicos y pecuniarios. Ha preferido cobrar por contar “anécdotas” sobre el
Che a profundizar en sus críticas al sistema centralista totalitario soviético
que todavía pervive en Cuba. Ahora cobra en dólares para reproducirlo en
Venezuela, aunque sabe que dialécticamente va camino a su propia destrucción.
Un revolucionario riguroso y radical que fusila al médico burgués que le podría
salvar la vida. Vendo La Sagrada Familia de Marx, impoluto, intermediarios
abstenerse.